Ignacio Escolar, article que no subscric

Contra el aborto

Les confieso algo: estoy en contra del aborto. Como casi todos, imagino. No conozco a nadie que esté a favor de pasar por un trance así, no creo que sea una decisión fácil. Sin embargo, puestos a elegir el mal menor, prefiero que la interrupción del embarazo sea legal y esté regulada a que las mujeres sin dinero para irse a Londres se desangren en infectas clínicas clandestinas, en manos de curanderas con perchas de aluminio retorcidas a modo de agujas. Prefiero que sea la mujer quien tenga el derecho a decidir si quiere tener ese hijo, y no su pareja, sus padres o los obispos. Prefiero un país que no sea hipócrita: un país donde las mujeres no tengan que mentir a un psicólogo y alegar daños para su salud psíquica para poder abortar, como ocurría con la anterior legislación. Y prefiero también una ley de plazos y que el aborto sea libre sólo durante las primeras 14 semanas, en vez del coladero que teníamos antes, que permitía abortar casi en el borde del parto y había convertido a las clínicas españolas en un destino turístico para el resto de Europa.
El debate ha vuelto a la campaña electoral, como en los años 80. El PP dijo el lunes que quería abolir la ley del aborto y ayer matizó que sólo pretende regresar a la que teníamos antes de la reforma, la misma a la que se opuso AP en 1985. Es un error, pero no sólo porque la postura de Rajoy no va a convencer a casi nadie: ni a los que defendemos la reforma ni tampoco a los antiabortistas, a los que volver a la ley anterior gustará poco. También porque la actual regulación –junto a las campañas a favor del condón y a la píldora del día después sin receta– ha conseguido que, por primera vez, baje el número de abortos en España. Se supone que de eso se trata. 


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