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La invencible enemiga de los soldados

La cultura es una enemiga para los uniformados. No pueden asesinarla, torturarla, enjuiciarla sumariamente o enjaularla con el inefable y brutal epíteto de 'detenida-desaparecida’.
Arturo Alejandro Muñoz | Para Kaos en la Red | 29-8-2008 | 117 lecturas | 1 comentario
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SEAMOS FRANCOS…el milicaje nunca ha sido culto y menos aún poseedor de una mínima intelectualidad. El mundo de los ‘cabeza de casco’ se circunscribe a las duchas con agua fría en las madrugadas, uno que otro ejercicio gimnástico, manejo de armas y obediencia servil al estilo neandertal cuando aparece algún ‘pata hedionda’ con uno o dos galones más.

La cultura es una enemiga para los uniformados. Una peste. No pueden asesinarla a balazos, ni torturarla, enjuiciarla sumariamente o enjaularla con el inefable y brutal epíteto de ‘detenida-desaparecida’. No pueden. Siempre, a la corta o a la larga, esa bendita adversaria de los regimientos se impone sobre las charreteras, marchas y alocuciones patrióticas de dudosa veracidad histórica.

Para todo el gorilaje militar latinoamericano, la figura de un general argentino debe seguir siendo el non plus ultra de la ‘intelectualidad’ soldadesca. El ex -jefe del III Cuerpo Militar, Luciano Menéndez, responsable de la mayor quema de libros, efectuada el 29 de abril de 1976 en Buenos Aires, declaró: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”.

Un año más tarde (1977), el general Ibérico Saint Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura, y bajo cuyo mandato se produjo la Noche de los lápices (desaparición y asesinato de un grupo de adolescentes), declaró en público y esta vez sin eufemismos: “Primero mataremos a los subversivos; después, a sus simpatizantes, y por último, a los indiferentes”.

En palabra simples, los generales de la otra banda deseaban asesinar a todos aquellos que supieran leer y tuvieran más de una neurona en el cerebro. En el corazón de la tragedia se encontraba la cultura…a ella apuntaban fusiles y metralletas manejadas por los que no eran capaces de escribir dos líneas seguidas, ni de entender un octavo de página de cualquier libro que no tuviese ‘monitos’.

La dictadura argentina asesinó a cien poetas y escritores, a decenas de caricaturistas de historietas, siendo el caso más deleznable –por la típica cobardía oficial mostrada por la dictadura en aquellos años de guerra sucia y aniquilaciones masivas- el del inigualable Héctor Germán Oesterheld, creador de “El Eternauta”, obra máxima que contó con la admiración de personajes insignes, como Borges y Fontanarrosa. Los insanos con charreteras no se contentaron eliminando a Oesterheld, pues quisieron borrar todo rastro hereditario. Asesinaron también a las cuatro hijas del escritor: Estela, Marina, Diana y Beatriz, trágicamente ‘desaparecidas’ (eufemismo derechista que significa ‘masacradas’) en 1976 y 1977, cuando sus edades variaban entre 18 y 24 años.

Poca duda cabe que los genocidas argentinos copiaron del ‘feliz edén’ chileno la quema de libros y la incineración del arte y las letras. En 1973, sólo una semana después del bombardeo al palacio presidencial ‘La Moneda’, los perros rabiosos comandados por Pinochet procedieron a prender fuego a miles de libros en una espantosa pira levantada en la céntrica esquina de la avenida Vicuña Mackenna y Alameda. Nada novedoso tampoco. Ya lo habían enseñado en Berlín las huestes nazis de Hitler en la primavera de 1933. Y también, en la Universidad de Salamanca, el año 1936, pocos meses antes de gatillarse la guerra civil, un general franquista –Millán Astray- sorprendió al mundo civilizado gritando: “Muera la inteligencia…Viva la muerte”.

A este lado de los Andes, aquellos émulos de Goebbels masacraron a Víctor Jara, prohibieron la reproducción de las músicas de Violeta Parra, amenazaron de muerte a decenas de escritores y poetas, pero se les escapó Pablo Neruda, quien prefirió morir por sí mismo y no caer en las garras de los mastines pinochetistas para seguir viviendo, siempre, siempre, en las voces de millones de seres que repiten lúdica y solidariamente muchas líneas escritas por el gran vate.

Hubo un cierto incidente en Santiago de Chile el año 1983, durante la movilización popular que la Historia ha recogido con el nombre de “Protestas Nacionales”, que merece reseñarse a objeto de mostrar hasta qué grado de ignorancia y estulticia llega la preparación ‘profesional’ de algunos oficiales de las fuerzas armadas.

Doscientos estudiantes universitarios y catorce académicos se encontraban en las puertas de una Facultad, cuyas rejas estaban cerradas con cadenas y candados, ahítas de carteles y lienzos exigiendo libertad y democracia. Una patrulla militar comandada por un teniente de ejército se apersonó en el sitio exigiendo el nombre del jefe o gestor o responsable o líder de esa protesta. “Recién se retiró de aquí”, le respondió uno de los profesores presentes. “¿Cuál es su nombre?, entréguenme de inmediato el nombre de esa persona”, gritó el teniente hecho un cisco.

Ni corto ni perezoso, alguien le responde: “Se llama Fuenteovejuna, señor”. Y el teniente saca papel y lápiz para tomar nota. “¿Y el nombre de pila de esa persona, ¿cuál es?”. “Juan Carlos, señor, se llama Juan Carlos Fuenteovejuna”. El oficial mira al interlocutor y le pregunta con cara de interrogación: “¿Funteovejuna se escribe con ‘b’ o con ‘uve’?”

Doy fe de que lo anterior ocurrió. Fui partícipe de ello. Aún más, soy el responsable de las respuestas entregadas al ignorante teniente. Esa mañana, la cultura –de la mano de Lope de Vega- venció a la brutalidad sin haber lanzado una sola piedra. Triunfo menor, es cierto, pero actuó como prolegómeno de lo que vendría años más tarde masivamente, irreductiblemente.

Los años oscuros, las manos cortadas, los ojos arrancados, las bocas silenciadas…todo fue inútil para los golpistas genocidas. Fueron derrotados. La cultura nunca muere, no puede fallecer. Nombres como Franco, Stroessner, Costa e Silva, Menéndez, Videla, Pinochet, serán cubiertos finalmente por el polvo de los años…

Pero seguirán alzados en las cúspides de la vigencia eterna aquellos que sólo podrían olvidarse si este planeta, algún día, es tragado por un hoyo negro para convertirse en polvo de estrellas. Esos nombres, creadores e impulsores de la cultura universal, inmortales, continuarán jugueteando maravillosamente en el consciente de los seres humanos gracias a las obras que heredaron a la humanidad, sin desfallecer jamás, sin enfermarse terminalmente nunca.

Ninguna bala, bomba, cohete, granada ni lanzallamas ha podido aniquilar la vigencia de Buonarotti, Leonardo, Murillo, Picasso, Dalí, Matta, Verdi, Beethoven, Chopin, Siqueiros, Cervantes, Shakespeare, Dumas, Unamuno, Darío, García Márquez, Neruda…

La cultura ¡¡vive!!, porque es vida terrenalmente eterna. Y lo eterno no puede ser terminado a través de decretos, allanamientos ni quemas administradas por la ignorancia vestida de soldado. Es en la cultura donde la verdadera democracia asienta sus bases y crece. Es en la cultura donde se ahoga y muere el totalitarismo.

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